Mis estadías en el sur nunca fueron de más de 3 o 4 días. Bariloche no es la excepción. Y menos lo fue para trabajar. Sin embargo, no pensaba quedarme solamente con las frenéticas horas en las que fui para cubrir un Congreso Internacional de Hidrógeno Verde.
Lo interesante de este touch&go barilochense es que conocí el famoso Llao Llao y sus alrededores. ¡Qué lujo ese lugar y que paisajes más hermosos lo rodean! Hacía mucho frío pero los colores del otoño le daban mucha calidez. Sin embargo había algo más que me faltaba. Aprender sobre las energías limpias y apreciar el paisaje no era suficiente: ¡merecía una buena cerveza artesanal!
El día de mi partida salí a caminar un poco la zona para conocer un poco más y, rápidamente, se hizo el horario para ir al aeropuerto. Llegó el remis (carísimos los traslados en Bariloche), cargamos en el auto y noté que me había tocado un conductor muy buena onda. Nos pusimos a charlar apenas partimos al aeropuerto y yo me lancé al pedido más insólito para alguien que no quiere perder un avión.
“Che, me la pasé laburando y no me tomé una cerveza. ¿Vos decis que si paramos 15 minutos no llegó?” le dije.
“Piba, una pinta no se le niega a nadie”, me respondió Pablo. “De camino hay una muy buena. La mejor esta cerrada”, apuntó.
Pablo llegó a Bariloche en el 2001 desencantado con la locura de la ciudad y el descalabro económico de esos años. Decidió seguir tocando la batería pero en algún lugar donde pueda vivir más tranquilo. Desde ese momento, vive en Bariloche.
Al principio integró algunas bandas. Trabajaba de día y tocaba de noche. “Era una época hermosa. Había unos antros con buena música, buena onda”. Los lugares fueron cerrando. Los compró una familia pudiente de la zona para armar proyectos rentables. Y, además, la exigencia física para tocar batería ya no la tenía. Sin embargo, Pablo, tenía un relato feliz. Me contó que, en Bariloche, encontró su lugar en el mundo, que le iba bien con el remis y que tenía unas cabañas que alquilaba. Este año, si llega el gas adonde vive, se quiere armar la conexión para tener mejor calefacción. Pablo reza porque sigan llegando muchos brasileros: “gastan plata a rolete”, contaba mientras se reía.
“Bajá flaca. Disfrutá la birra” me dijo, y salí disparada. En quince minutos, literal, me tomé una cerveza y la acompañé de unas papas para que no me pegue mal.
Ser feliz se trata de eso. De pequeños momentos. De ver con buenos ojos las etapas de decisiones que cambian nuestra vida.
La anécdota valió todo el viaje y, obvio, llegamos súper bien al aeropuerto.


