Finalizó mi aventura en Baikonur y creo que las pequeñas cosas también valen una nota…es que fueron muchos días de convivencia en una pequeña ciudad que encierra muchas cuestiones políticas, económicas y sociales.
Baikonur es una ciudad de Kazajistán administrada por Rusia, con rango estatal en algunas áreas y alquilada hasta el año 2050. Rusia paga 115 millones de dólares al año por el alquiler de una parte de la ciudad y de todo el cosmódromo (base espacial).
Por lo tanto, en Baikonur, se vive como si fuese Rusia pero no lo es. Se puede pagar en rublos rusos sin problema, se habla ruso, la comida tradicional es la rusa, se festejan fiestas tradicionales rusas (ya les conté de Maslenitsa), y hasta se encuentra una hermosa y bien cuidada iglesia ortodoxa (los kazaja profesan la religión musulmana y la mezquita queda en el cerco «no ruso»). Hay zonas kazajas y zonas rusas que se dividen por controles en la ruta. La convivencia es total aunque en los rasgos y formas de ser se notan algunas diferencias. Los kazajos tienen los ojos «achinaditos». Un poco, no tanto. En cambio, la mayoría de los rusos son muy blancos y de ojos claros.
Para quienes viven en Baikonur no es una novedad la actividad espacial ni tampoco algo emocionante. Sin embargo, revoluciona la ciudad cuando llegan, de distintas partes del mundo, científicos, prensa o familiares de los astronautas /cosmonautas.
Al llegar, la ciudad parece desoladora. Después de cuatro horas de vuelo desde Moscú, la primera impresión es haber llegado a la nada misma y los únicos colores que se observan son el gris y el marrón de árida estepa kazaja. La sequedad es total pero se suaviza con la sonrisa de los amables kazajos.
Baikonur parece haber quedado en los años soviéticos. Las construcciones son antiguas, las cañerías de agua caliente están sobre las veredas, no falta el monumento a Lenin y los autos son viejos en su mayoría.
Teniendo en cuenta que en la Argentina hay lugares recónditos sin ni siquiera agua caliente, no me iba a asombrar. Pero el contraste es grande cuando uno se pone a pensar que a 40 kilómetros de ahí se lanzan cohetes con tecnología de punta al Espacio! La misiones que van “al más allá” investigan sobre la Tierra, sobre los seres vivos y sobre la posible vida en Marte. No es poca cosa.
Impacta también volver a esa ciudad marcada por el pasado después del impacto de escuchar y ver despegar un artefacto de inmenso tamaño, suspenderse en el aire y seguir elevándose hasta desaparecer.
Baikonur existe gracias a su cosmódromo y nadie sabe qué será de la ciudad una vez que Rusia prescinda de ese territorio «espacial» porque, como les comente, el acuerdo de alquiler termina en 2050 y para ese entonces es muy probable que los rusos ya tengan construido algún lugar en su propio territorio.
Caminar por Baikonur es un recorrido por un museo al aire libre. Sus calles se encuentran repletas de imágenes relacionadas al espacio, los cosmonautas, con plazas decoradas de los planetas alrededor del sol, monumentos a los ingenieros, y todo lo que se les ocurra. Como en todo museo, sus negocios tienen todo tipo de souvenir con las imágenes de cohetes y libros al respecto. El café y restaurante principal está decorado con las fotos de las misiones que viajaron al más allá. Las calles y plazas llevan nombres de cosmonautas. Y hasta se encuentra un Soyuz (cohete) expuesto en plena ciudad.
Viajé con un equipo de siete personas…todo rusos. Todos hablan ruso y todos tienen costumbres rusas. Incluso el periodista de la cadena en inglés, un británico, hijo de una rusa!
Al convivir con ellos, escucharlos hablar y observarlos durante muchas horas entendí que:
– Lo primero que se aprenden son palabras sueltas. Bastante pocas por suerte y seguro varias que no quedaron registradas en mi memoria. Pero lo que no se borran y ya las tengo incorporadas son…las malas palabras!!!
– En el desayuno todo vale…incluso la cerveza. Observe cada una de las mesas del café en el que comíamos y a las 10 de la mañana podía encontrar: ensaladas con mayonesa, pizzas con cerveza, papas fritas, burritos de pollo y así! Como ya les conté en otra oportunidad, muchos rusos almuerzan y/o cenan con té o café con leche así que por las noches todos pueden tomar una sopa o comer carne asada con esas infusiones.
– En su mayoría, los kazajos tienen la sonrisa constante. Sin embargo, se exaltan por cualquier cosa que los perturbe de su tranquilidad ansiolítica. Ejemplo: mientras con mis compañeros estábamos conversando en el lobby del precario y soviético hotel, la recepcionista le pidió a la Policía que nos pida bajar el tono de voz porque le daba miedo el griterío. (Imaginen mi cara!!!)
– A los kazajos les gusta reproducirse. Que cantidad de niños constantemente!! A toda hora y en todo lugar van a ver niños corriendo de un lado al otro.
«Que loco vivir en Baikonur»…fue mi primer pensamiento al llegar. Un lugar nacido a la sombra de un cosmódromo que busca información y respuestas para la Tierra en el más allá, pero que no emplea a la mayoría de los habitantes de esa ciudad. «Que loco vivir en Baikonur», fue la última que se me vino a la mente antes de tomar el bus que nos llevaba al aeropuerto de otra ciudad para emprender la vuelta….
